martes, 20 de noviembre de 2012

LA HISTORIA ROTA


Por
Ylonka Nacidit-Perdomo

“El Estado Dominicano no nació viable. Murió asfixiado en la cuna. Proscriptos salieron los padres de la patria, condenados por el crimen de haberla creado. Un valiente hatero que parece que no sabía escribir, se apoderó del poder. Uno de sus amigos, hombre ilustrado, pero adversario de la independencia, se lo disputó. Ambos se rodearon de facciones; […] ambos ensangrentaron el país; ambos provocaron o consintieron humillaciones para la República. Los rasgos más sobresalientes de la época son el ejercicio absoluto de la fuerza, el abuso de la pena de muerte, la insolencia de los cónsules extranjeros, las misiones con propósito de anexión, la ingratitud a los fundadores de la República, la absoluta falta de conciencia nacional”. (Américo Lugo, El Estado Dominicano ante el Derecho Público. Tesis para el Doctorado. Universidad Central de Santo Domingo. Facultad de Derecho y Ciencias Políticas. Año Académico de 1915 a 1916. Tesis número 10.  Santo Domingo. Tip. “El Progreso”. Emiliano Espinal. 1916, p. 30).
He escuchado decir, reiteradamente, que el pueblo dominicano tiene  una historia atormentada. Quizás esta angustiosa frase provenga de una percepción colectiva de que nuestra nación, constituida en un cuerpo de ciudadanos electores, ha participado en pocos procesos democráticos, y que aún está pendiente realizar el anhelo de la libertad con justicia social.
Leo, escucho, que actualmente vivimos la amenaza de la ingobernabilidad; que aumentan los desocupados o subempleados y la inequidades sociales. Recordemos que la nuestra no es una sociedad acostumbrada a la autoindulgencia; se conocen nuestros problemas, pero los mismos no tienen soluciones, o se demora en concertar sus soluciones; perdemos la “batalla” ante  la disminución de la pobreza, y el punto crítico hoy, además, es la inseguridad ciudadana.
¿Es cierto que hemos logrado la “estabilidad” política, que hemos cruzado el umbral del siglo XX con un crecimiento sostenido del PIB, que tenemos industrias  y un flujo de inversión de capital extranjero? Pero no menos cierto es que vivimos entre dos extremos, entre dos contrastes: entre riqueza y pobreza, y decir pobreza es decir subyugación.
Del “progreso” se ha beneficiado una minoría dentro de una minoría ilustrada y no ilustrada, que ha dado como resultado el engendro de una criatura indetenible: la insatisfacción de las masas, que es decir, de la mayoría. Una criatura que sin importar los gobiernos de los dos últimos siglos, sigue viviendo un infortunio: la precariedad de vida.
 Tal vez, es real que la lucha de clases, entendida como tradicionalmente nos enseña el materialismo histórico, ha vuelto a tomar  terreno en la última década, siendo la ignorancia (una ignorancia inducida desde el Estado) no el analfabetismo per ser, la hiedra que no se ha podido vencer. El Estado en la imperfecta democracia dominicana sigue siendo el “padre protector” para “solucionar” los problemas de gobernabilidad que trae la desigualdad de clases, de poder y de género, con un telón de fondo: la creciente miseria de la condición humana.
 Es cierto, es urgente la necesidad de que los ciudadanos  tengan nuevas consignas de lucha, y  que logren la adhesión de una mayoría pacifista para discutir las cuestiones políticas, económicas y sociales, de primer orden, las cuestiones éticas, de valores, ideológicas, que impulse que ese monstruo burocrático, llamado gobierno, se convierta en un ente co-gestor y facilitador del desarrollo con transparencia absoluta en los asuntos públicos.
 Es posible –no lo niego- que ante las fracturas del destino, las trampas de la “igualdad”,  el derrumbe de los mitos contemporáneos, así como de la ausencia de partidos con una mística de valores que no sea anquilosar de manera aberrante la voluntad general del pueblo, que entrado el siglo XXI sea necesario un proceso revolucionario que impulse y fortalezca la rebeldía de los oprimidos.
 La nación dominicana padece un mal endémico que ciclo tras ciclo trae un retroceso institucional, divergencias entre los distintos sectores de la vida nacional, resquebrajamiento de los derechos de ciudadanía y choques entre fuerzas mediáticas del sistema: la desigualdad basada en los resortes del autoritarismo, la megalomanía de sus gobernantes, y un exceso de indolencia ante los excluidos económicamente.
 La incipiente democracia dominicana que pretendía surgir en mayo de 1961, que procuró nacer el 20 de diciembre de 1962, y sustentarse posteriormente en la Constitución de 1963 de Juan Bosch -al parecer- ha padecido constantemente del síndrome de la historia rota (y no han sido  suficientes los baños de sangre que ha costado alcanzar la añorada libertad) por los excesos de los gobiernos de turno.
 Hay quienes piden una nueva definición ideológica y política del presente, oponiéndolo al pasado el presente,  un nuevo pensamiento en torno a la gobernabilidad, una re-ingeniería del modelo partidista, un viraje hacia la izquierda democrática, y echar a un lado  la piel  dictatorial de los políticos del sistema cuando se niegan a la rendición de cuentas y al escrutinio de la conciencia ciudadana.
La igualdad de oportunidades,  en la República Dominicana,  cada día de ser un mito pasa a ser una utopía, la cual muchos observan como simples pronunciamientos estériles. Me pregunto: si la población joven que protesta tiene como agenda, además de la demanda de  la oportunidad de educarse, de la demanda de no padecer precariedades económicas ni angustias existenciales,  tiene –reitero-  como agenda la demanda de la oportunidad de pensar. Estas son mis interrogantes del presente, ya que se han escrito múltiples informes y estudios de recetas para la igualdad.
No obstante, observemos que  las protestas aparentan  existir en medio de una pluralidad de ideología y de ideas, y que trascienden -mediáticamente- a través de las fronteras virtuales, y reina un clima de disconformidad política, que se percibe un deterioro del Estado, por lo cual continuará el descontento social, la agitación estudiantil, una atmosfera de tensión política, reclamos de democracia participativa, manifestaciones callejeras, reivindicaciones salariales, huelgas, la vida cotidiana trastornada por movimientos de los cuales se desconoce su base social, que pueden ser cada día más agresivos; perturbaciones del orden, o bien la derrota de la hegemonía de un partido único, una ola de censura a la prensa y su posterior intento de amordazamiento, la búsqueda de no permitir que se abran las compuertas del disenso, la apropiación de las calles, el clamor nacional del cese de las injusticias y la corrupción, y acusaciones de subversión y sedición,  que traerá como corolario –y esperemos que no ocurra-  la  violencia institucional,  la violencia de los aparatos represivos.
Pero quizás, cuando se dé la orden (precipitadamente) de usar  la violencia institucional,  las compuertas estarán  abiertas, y no dudo que ninguno de esos jóvenes prefiera la inmolación (ser héroe a destiempo) a sucumbir en sus propósitos. No obstante, debo decir que esa juventud es una juventud inmadura políticamente, por lo cual hay que cuidarla para que no sea  víctima de gatillos, de avalanchas de balas, ni persecuciones, ni mucho menos derramamiento de sangre, aun cuando se sienta reprimida en el reclamo de sus derechos, que ha asumido para sí el clamor nacional.
 La manera en que se desenvuelven algunas de las protestas –no todas-, nos conduce a creer que desde resortes oscuros, hay una mano invisible que mueve la cuna de los inocentes; sin embargo, pido a todos que no se inaugure una época de odio entre nosotros, porque si sucede, si se auspicia y propicia (y eso es un  camino  peligroso, quizás sin retorno) el Estado, la nación,  puede sucumbir inducido por la ceguera de los reaccionarios, que buscan hacer un mal uso del signo de la resistencia, de la indignación pura colectiva, empujando a que el pueblo tenga  una “primavera” atrofiada a causa del repugnante odio de y entre las clases (las clases económicamente activas y las clases políticas y/o gobernantes).
Ha sido una demanda apremiante el cambio de modelo económico y la distribución de las riquezas, romper con la moribunda y vieja tradición del latifundio. No obstante, luce que el gobierno no tiene entusiasmo integracionista con los sectores de clases medias que reclaman la protección de sus derechos, y no revela que le teme a una oligarquía, en su defensa a ultranza de la “libre empresa” y de sus privilegios, lo cual conduce a incógnitas sobre el futuro, a sacrificios no deseados.
El sacrosanto principio de la democracia en medio de un régimen de contradicciones, tribulaciones y sollozantes pérdida de apoyo, puede perecer, está a punto de perecer. El panorama democrático de nuestro país no se puede oscurecer más. No estamos ante simples “cabezas calientes”, estamos ante jóvenes llenos de anhelos, de demandas, de preguntas, de acción, que no son extremistas, ni terroristas urbanos, pero que no gozan de la simpatía del Estado, y ellos desbordan las calles, los barrios, las plazas, la universidad, y frente a ellos el  posible tremendismo popular de las masas, el movimiento escalado de protestas, y delante de sí –no lo niego-  está un preocupante  cuadro de desbordamiento de la indignación.
 La encrucijada actual que tiene el gobierno y el partido gobernante (en esta era digital y subliminal de la comunicación) es cómo se ha masificado al instante, en segundos, el uso de la tecnología a través de las redes, por jóvenes educados, no por analfabetos,  para hacerse sentir y escuchar por el mundo para llevar a cabo sus denuncias y reclamos. El Estado considera que la violencia se puede combatir con la eliminación del analfabetismo y cambios profundos en los métodos de enseñanza. Sin embargo, la institución educativa estatal ha colapsado; las promesas de recursos financieros impide que la transmisión de conocimientos y su aprendizaje sean óptimos; la magnitud de esta carencia mantiene el empobrecimiento del pueblo y su capacidad de autogestión individual.
Los recursos humanos disponibles -que viven diariamente la carestía de igualdad de oportunidades- han ido creando una brecha de clase y disminuyendo el flujo intelectual para aportar sus conocimientos a la problemática nacional; las capacidades y actitudes de los dominicanos no han podido armonizarse, ya que históricamente en el campo de la educación los gobiernos siempre han sido descuidados.
Es así como nuestra historia nacional es una historia rota, puesto que el relevo generacional de 1996 trajo esperanzas, ansias renovadoras, un renacer de cambios sociales profundos esperados; se notaba una renovación de energías, y se esperaba una práctica gubernamental que no fuera estéril sino con planes sistemáticos para que la nación obtuviera bienestar y desarrollo.
 Entonces el optimismo ocupaba un gran espacio en el corazón de los dominicanos; los círculos intelectuales, la intelligentsia del país  y la sociedad civil habían interpretado el cambio operado de gobierno como el inicio de una opción liberal, no dentro de un espíritu de continuismo de la derecha tradicional.

Se pensaba en la planificación creadora; el terreno era propicio y fértil. Las tareas pendientes esperaban; tenía el pueblo dominicano un itinerario que cumplir: fortalecer el legado de Bosch, sacar al pueblo de la miseria, del desempleo, de la violencia, del lacerar por décadas a los débiles, y de aciagos problemas sociales.

Hoy, en el 2012, la historia continua rota con una larga lista roja de desesperanzas, de desigualdades económicas, sociales, políticas, culturales, ambientales, en fin, de la condición humana. La  sociedad esta  fracturada. La desigualdad nos divide cada día más.

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