martes, 13 de noviembre de 2007

Invito a conocer esta charla del excelente sacerdorte e historiador Antonio Lluberes. El muy querido padre Tom. Esto es una joya para conocer la cultura y la iglesia.

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Reverendo Padre José Rosario Goris, Rector de este Pontificio Seminario
Señores miembros del claustro de profesores
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En este simposio sobre las dimensiones filosófica y teológica de la cultura se me ha pedido abordar el tema desde un ángulo filosófico. En conversación con el P. José Salvador Mejía hemos acordado darle una impostación eclesial, histórica y dominicana, que son las áreas de mi especialidad.
Qué sea para la mayor gloria de Dios!
San Pedro, en su primera carta, nos invita a “estar dispuestos para justificar la esperanza que los anima, ante cualquiera que les pida razón” (3,15). Qué invita a la Iglesia a tomar en cuenta la cultura? Que nos enseña la cultura a nosotros? Del estudio de la historia de la Iglesia, bien podemos observar que la Iglesia ha ido progresando en relación, de diálogo o contradicción, con las religiones, las filosofías, las culturas del mundo.
Pensemos en el judaísmo, el helenismo, el gnosticismo, la filosofía griega. Veamos la cultura urbana de las ciudades medioevales. En el siglo XVI las culturas americanas y orientales. En un orden intracristiano el protestantismo y el jansenismo. Todo el mundo de la Ilustración, el positivismo y el socialismo. Y actualmente el secularismo.
Han sido procesos costosos, de mucha contradicción, que han demandado inteligencia, sentido pastoral, santidad y tiempo para saber discriminar donde están los vestigios de Dios que se nos revelan y lo que no es de Dios y no se puede aceptar. Está claro que no podemos ahora ver todos estos procesos, no es el objetivo de mis palabras, pero para ver un ejemplo en los orígenes de la Iglesia, traigamos los casos de las relaciones con la sinagoga judía y con el saber del areópago griego. Los discursos de san Pedro en Act 15,7-21 y de san Pablo en Act17, 16-34 reflejan la dinámica de diálogo, inclusión y superación del cristianismo primitivo. Esto les permitió entrar en relación con esos dos pilares culturales de su mundo y poder predicar su palabra. Entender la ley judía como pedagogía, pero a agotarse y ser superada por el amor universal cristiano. Comprender la filosofía griega como semilla de Dios plantada en el corazón del mundo helénico.
Se gestó, entonces, en la cuenca del mediterráneo un ser particular, el ser cristiano. Un autor desconocido del siglo II, en una obra que ha llegado a nosotros con el título de carta o discurso a Diogneto, nos describe a los cristianos bajo la tensión de la residencia en este mundo y la pertenencia a la eterna. De manera muy abreviada, les cito: “Los cristianos, - dice - en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres…habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás géneros de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente. …Más, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo.” (V y VI).
Si podemos hablar del triunfo del cristianismo en el siglo IV, me refiero a los edictos de Milán, 313 y de Teodosio, 380, la razón no fue política, sino social. El cristianismo era la filosofía, en nuestro caso la fe, que aportaba mayor seguridad ideológica y social. Una coherencia de pensamiento en un mundo dado al eclecticismo, a relativizar y buscar verdades en todas partes, y a una moral sin sustentación religiosa. El cristianismo proponía una verdad religiosa que sustentaba el comportamiento ético de sus miembros, y una verdad teológica que aseguraba una vida trascendente. Pero además, el cristianismo era iglesia, comunidad, organización, jerarquía, era acción social. Los hermanos encontraban en la diaconía del huérfano y de la viuda, del peregrino, del extranjero, del perseguido, del enfermo, del pobre,… una seguridad en medio de un imperio que decaía.
Hasta el siglo XX, el cristianismo se manejaba en relación con la religión y la filosofía. Si vemos el concilio Vaticano I (1870) el gran esfuerzo hecho se concentró en la Iglesia y en la fe. Sobre la fe nos enseña de la capacidad del conocimiento del ser humano para conocer a Dios mediante “la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas.” (DZ 1785). Pero se debe entender que es una “razón ilustrada por la fe” (DZ 1796). Y se precisa que la razón no “puede y debe finalmente llegar por si mismo, en constante progreso, a la posesión de toda verdad y de todo bien.”(DZ 1805).
El siglo XX, bajo el signo de las ciencias sociales, de la economía y de la sociología sobre todo, nos introduce en un nuevo mundo conceptual, la cultura. Se ve entonces precisado el Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et Spes, a introducir el concepto de cultura. Se le da a la cultura un significado englobante que comprende “todo aquello” de que se vale el ser humano para desarrollar sus calidades espirituales y corporales, para humanizarse, para progresar. Inclusive la “practica de la religión” es entendida a la luz de la cultura (53).
Y desde el optimismo propio del concilio se percibía y anunciaba la emergencia de “una nueva época en la historia humana” en la que se abrían “nuevos caminos…para perfeccionar la cultura y darle mayor expansión.” “una forma más universal de cultura” que a una vez “promueve y expresa la unidad del género humano” en cuanto “sabe respetar las particularidades de las diversas culturas.” (54).
El creyente, nosotros, debemos reconocer la autonomía de la cultura y la realidad de la fe. Una posición de respeto a la propia dinámica de la cultura donde interactúan diferentes elementos, digamos la naturaleza, las etnias, la propia historia de los pueblos y el aporte de las religiones. Y también debemos aceptar la fe como algo real, una revelación y una comprensión con carácter propio. El nudo de la fe es algo propio, insito.
Pero de la observación de la dinámica cultural actual se puede inferir un proceso de desarrollo de las potenciales materiales nunca antes visto y un proceso de liberaciones de los atavismos culturales. Pero, también una disociación entre cultura y evangelio. Está claro que hablamos de la sociedad occidental en la cual vivimos y que no sustentamos una posición que cree que en el pasado vivíamos en una sociedad cristiana perfecta. Lo que sostenemos es que la cultura moderna, en crítica a la pasada, se recrea al margen de criterios antiguos, permanentes y de proyección de futuro. Se tiende hacia el predominio del subjetivismo que define como válido lo que el sujeto cree y vive en cada momento. El liberalismo, no sólo en la economía, sino en tantos aspectos de la sociedad, norma permitiendo la vida de los hombres prescindiendo de una regla permanente y valida para todos. El hedonismo, el placer del cuerpo, es criterio de validez para el acto humano. Y la cultura técnica, no sólo como distinta y complementaria a la humanista, es la fuente del saber y del actuar.
Una nueva forma de posición ante lo religioso permea la sociedad contemporánea, el secularismo. Una pacífica prescindencia no sólo de verdades, principios, comportamientos, prácticas religiosas, sino de todo mundo de creencias absolutas y de valor ético vinculante. Un relativismo ante todo criterio permanente. Un estilo de vida que pone en evidencia lo innecesario de lo religioso y de todo doctrina vinculante. Es por eso que Pablo VI se vio precisado a proponer, en su encíclica Evangelii Nuntiandi, la tarea de evangelizar la cultura y las culturas (20).
Una sociedad sin maestros identificables y con nuevos tipos de cátedras. En cuanto al maestro podemos hablar desde E. Kant hasta M. Mclugham, pasando por H. Marcuse, P. Berger y H. Cox. Habría que incluir a la revista “Play Boy” y todas las otras similares. La diversidad y lo impersonal de los medios de comunicación en particular la televisión y el internet, dirigidos desde salas de prensa y de medios, o por los mismos usuarios, deciden la orientación
No quisiéramos avanzar con el peligro de dejar entender que sostenemos posiciones maniqueas de bien y mal, de pasado contra presente, de negativismo que sólo percibe elementos a criticar en la sociedad actual. Hemos progresado mucho. En mis años de vida he visto superar muchas enfermedades comunes a todos, expandir las cuotas de educación, aumentar la producción y distribuirla, facilitar la movilidad geográfica y consecuentemente cultural, compartir la recreación. Pero nos acosan nuevas enfermedades del cuerpo y de la mente, decae la calidad de la educación, la pobreza extrema aumenta, nacen nuevos chauvinismos, aumenta la corrupción, y la violencia indiscriminada y la incertidumbre se apoderan del hombre. Crece la demanda de crecientes satisfacciones originada por la permanente indigencia humana, pero la insatisfacción aumenta provocando la angustia – demanda no satisfecha - lo que nos hace pacientes de la depresión. Ante la incapacidad de alcanzar los objetivos con medios propios o de la sociedad hay una ida o un refugio en lo exterior impersonal, químico, el hombre se hace fármaco-dependiente. O hacia lo sectario y fundamentalismos. Nacen grupos sectarios o desarrollan posiciones fundamentalistas. Hace unos años, - no encontré los datos publicados en el periodico “Camino” - en un día mundial de la salud, el Papa Juan Pablo II atraía nuestra atención hacia el gran número de personas que de manera ha sufrido y se medica por trastornos mentales. Se habla, qué ironía, de un “homo pavidus”, un ser temeroso, con miedo a la inseguridad presente y la incertidumbre futura.
Lo conversado hasta ahora también está presente en la sociedad dominicana, en el contexto de nuestra realidad. Vivimos un proceso de secularización pero en una sociedad tradicional y pobre, con un desarrollo económico desigual, que escasamente ha experimentado la revolución cultural de la Ilustración.
En unas observaciones breves sobre religiosidad del pueblo dominicano, se puede afirmar que la institución que genera más confianza en el país es la Iglesia Católica, siempre ha ocupado el primer lugar. Y según la encuesta Demos 2004, que publica la Universidad Madre y Maestra, “la justificación o aceptación de la presencia de lo religioso en la vida dominicana no ha hecho sino consolidarse” ( p. 37).
Llama la atención como los dominicanos confiamos más en Dios que en las instituciones para resolver nuestros problemas políticos y sociales. Pero así es y la respuesta la encontramos en nuestra historia. En un país abandonado por España y descuidado por la dirigencia política nacional, la fe, la Iglesia, el sacerdocio ha sido un sostén permanente y cercano. Dos testimonios de personas ideológicamente distantes del siglo XIX nos ayudarán a entender. Eugenio María de Hostos, en su artículo “Quisqueya, su sociedad y algunos de sus hijos”, escrito en Chile en 1892, sostenía que en la sociedad colonial “…la aún más indisputada autoridad del clero seglar, que no era numeroso, y del clero regular, que, por adaptación se había hecho querido e influyente,…” Y un opositor a Hostos, Manuel de Jesús Galván, en 1900, justamente en polémica con las críticas a la Iglesia, aseveraba que “Aquí no se conoce la teocracia: el clero es liberal como el pueblo, y se confunde con él en sus penas, en sus grandes luchas, en sus entusiasmos patrióticos,….” Para afinar el juicio, preciso que la población dominicana es más religiosa que eclesial. Que su religiosidad es más cultural que “dogmática”. Es más privada que social.
Como me dirijo fundamentalmente a sacerdotes, y nuestra religión es sacerdotal, les trasmito que creo que el pueblo dominicano acepta al sacerdote, le comprende casi todas sus debilidades, menos el que sea interesado. Un sacerdote bueno cura un barril de sacerdotes maleados. Es el caso del P. Francisco Fantino a inicios de siglo XX en el corazón del Cibao. Y en este momento en que estamos bajo el signo de la bondad de dos sacerdotes, los PP. Benito Arrieta y Luis Quinn, espero que sus memorias den muy buenos frutos para la totalidad del país y de la Iglesia católica en concreto.
La psicología social dominicana es más individual que comunitaria. “Nuestro pueblo – opinaba ese fino observador de la sociedad dominicana que se llama Pedro Francisco Bonó en su ensayo “El congreso extraparlamentario”, 1895 – tiene prendas relevantísimas individuales, es bravo, es bondadoso, hospitalario, sencillo, trabajador, inteligente, emprendedor. Separadamente individuo por individuo, es de lo mejor que hay en el mundo, pero tomado colectivamente es casi inútil; no tiene la sociedad dominicana esa cohesión indispensable de toda agrupación humana que quiere ser definidamente independiente, dueña absoluta de sus destinos. El fondo de nuestro carácter nacional lo constituye el particularismo, el individualismo; no se percibe en ninguno de sus actos la nota predominante que constituye el alma de las nacionales estables.” Concluyo la cita de Bonó. Es por eso, que se repite en nuestra historia la necesidad de fuerzas externas, autoritarias, nacionales o extranjeras que impongan el orden necesario. Tengamos presente a los gobiernos autoritarios dominicanos y a las intervenciones extranjeras. Y todavía en nuestros días, a la presencia de representaciones diplomáticas en los procesos electorales y de organismos económicos multilaterales en el control financiero.
Retomemos la idea de evangelizar la cultura. Cómo evangelizar la cultura en esta nuestra sociedad dominicana, sacerdotes seculares como son y serán Uds.? Deberían primero caer en la cuenta que serán la mayoría del clero nacional y que son dominicanos. Que deben mantener esa cercanía con el pueblo como se ha observado desde el siglo XIX. En mi opinión, el primer nivel de trabajo pastoral, de inculturación del evangelio en nuestro pueblo, debe ser tratar la individualidad-comunidad que tensa la personalidad social dominicana. Tristemente, es mi opinión, el individualismo propio de la cultura dominicana se retroalimenta con el individualismo dominante de esta nueva cultura.
De la riqueza del evangelio y de la vida de la Iglesia primitiva fácilmente se infiere la dimensión comunitaria de la Iglesia. La Iglesia está llamada a enriquecer con sus valores comunitarios la cultura dominicana de dos maneras complementarias. Fomentar la eclesialidad de la fe cristiana. Una iglesia comunitaria, articulada, sólida, diaconal, presente en la vida personal y societal de los dominicanos. Pero a la vez una Iglesia que respete y fomente la participación, seguimiento, censura de los dominicanos en los espacios de responsabilidad social.
Se que será una tensión fuerte para aquellos que decidan asumir esta labor. Si me lo permiten, les digo que Aparecida claramente plantea la dialéctica del diálogo cultural: “contrarrestar” y “purificar” y “asumir” y ”enriquecer”. Asumir la cultura actual ya que la Iglesia vive en ella, de ella se enriquece y en ella se expresan sus signos y su mensaje. Contrarrestarla y purificarla de sus limitaciones humanas y también de su pecado.
El que tenga oídos, el que se sienta con talentos, ya ha llegado el tiempo de la ciega. Muchas gracias.

Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino
Santo Domingo
19 de octubre de 2007

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